El síndrome del viajero.

fullsizerender-i

Estar lejos y sentirse a salvo, saberse protegido por la distancia. Poder ser objetivo y de pronto sentir que no se tiene a qué regresar. No hay ataduras, no hay amor romántico que te espere. Solo estás tú y te encuentras en esa pequeña línea entre volver a todo lo que ya conoces o intentar algo nuevo. Pero uno siempre siente la necesidad malévola de volver; por inercia, responsabilidades y todos aquellos males necesarios que nos anclan a alguna vida en algún lugar. 

Cada que viajo me cuestiono sobre la libertad que poseo y mi deseo más real es el de llegar a ser dueña de un alma tan libre que no me quepa en el cuerpo. Cambiar amor por libertad. Y así también, estoy segura de que cada viaje me acerca a esa sensación de encontrarme en el camino. Por más absurdo que suene, salir a conocer gente y lugares me acerca un poco más a mí, me pone a prueba y ahí resurjo. Un lugar nuevo siempre te va a antojar una vida nueva.

Aún no soy tan libre como quisiera, pero si de algo estoy segura es de que soy mía. Me pertenezco por completo. Me tengo y en mí cuento. No sé qué tienen los viajes que hacen que te aferres a ti mismo sin complicación alguna. Todo eres tú, te vuelves dueño de todo el panorama que se postra ante ti y solo tú sabes con quién lo compartes y a quien extrañas en él. Viajar te hace ver la vida desde una perspectiva que deberíamos conservar todo el tiempo: con autosuficiencia. Entonces te sientes liberado de cualquier dependencia emocional. Es una desconexión automática, maravillosa y también necesaria.

Una vida nómada. Ojalá. Siempre es más fácil cargar una maleta que el peso de toda una vida en el mismo lugar y con ese desamor cotidiano. 

D.

Deja un comentario